Cuando Jennifer Breheny Wallace se propuso escribir sobre los peligros de la cultura del logro, sabía que las cosas estaban mal. Los datos de salud mental mostraban claramente que los jóvenes estaban sufriendo, incluso antes del COVID. Estar fuera de la escuela, aislados, y perder a seres queridos exacerbó lo que ya era un panorama sombrío.
Pero Wallace encontró que el problema era aún más generalizado de lo que anticipaba. Su investigación estudiantil reveló que más del 70 % de los adultos jóvenes pensaban que sus padres los valoraban y apreciaban más cuando tenían éxito en el trabajo y en la escuela. Más de la mitad dijo que sus padres los amaban más cuando eran exitosos y una asombrosa cifra de uno de cada cuatro creía que el logro, y no quiénes eran como personas, era lo que más importaba a sus padres.
“Para muchos jóvenes, su sentido de importancia depende tanto de su rendimiento que sienten que nunca pueden rendir lo suficientemente bien”, escribe Wallace en Nunca es suficiente: Cuando la cultura del logro se vuelve tóxica –Y qué podemos hacer al respecto.
Los investigadores y educadores conocen la importancia de pertenecer, de sentir que somos parte de un grupo más grande que nos valora, respeta y cuida, pero sentirse importante va más allá. Sentirse importante es mutuo y crea una espiral virtuosa: cuando nos sentimos valorados, tendemos a valorar a otros.
Morris Rosenberg, el psicólogo social que colocó el tema en el mapa académico en la década de 1970, planteó una pregunta simple, audaz para la época: ¿A los niños que sienten que les importan a sus padres les va mejor en la vida? Descubrió que sí. Eran menos propensos a la depresión, menos ansiosos y tenían una mayor autoestima. “Realmente importa sentirse importante”, escribió en un artículo, explicando:
“Sentirse importante representa una obligación social persuasiva y es una fuente poderosa de integración social: estamos unidos a la sociedad no sólo en virtud de nuestra dependencia a otros, sino por su dependencia a nosotros”.
Gregory Elliot, un psicólogo social que enseña en la Universidad de Brown, define el sentirse importante como:
Él y otros han descubierto que sentirse importante es esencial para los adolescentes mientras forjan su identidad. Para responder a la pregunta “¿quién soy yo?” deben preguntarse “¿quién soy yo en relación con los demás?”
“Están creando una percepción expandida de sí mismos en el sentido de que se sienten valorados: valorados por sus compañeros, valorados por el mundo, valorados por sus padres, y sienten que han ganado ese valor al contribuir a algo más grande que ellos mismos”, dice Ronald Dahl, director fundador del Centro sobre el Adolescente en Desarrollo de la Universidad de California, en Los Ángeles.
Kenny Duncan, director de Nord Anglia International School en Hong Kong, piensa que asegurarse de que los niños sepan que son amados incondicionalmente y que son valiosos es lo más importante que los educadores y las familias deben hacer. ¿Por qué? Porque si nos centramos sólo en su rendimiento académico, o en su habilidad deportiva o musical, aprenderán que su valor son sus logros. Sentir que valen, dijo él, es “tan importante como cualquier resultado académico. Y si aciertas en eso y la autoestima del niño es fuerte, tendrá éxito y podrá enfrentar los desafíos académicos que encuentre, pues se sentirá seguro de sí mismo”.
El desafío para los jóvenes hoy en día es tratar de tener un sentido de importancia en medio de una creciente competencia, un mercado laboral que cambia rápidamente y la omnipresencia de las redes sociales.
Un nuevo informe publicado por la Escuela de Graduados de Educación de Harvard examinó la salud mental de la generación Z y encontró que los adultos jóvenes de 18 a 25 años están sufriendo aproximadamente el doble de la tasa de ansiedad y depresión de los adolescentes. Sin la guía de padres o cuidadores en el hogar y la previsibilidad de la escuela, parecen sentirse perdidos. Una alarmante falta de importancia es fundamental para esto. “El 58 % de los adultos jóvenes informaron tener poco o ningún sentido o propósito en sus vidas”, dijo Rick Weissbourd, uno de los autores y profesor titular de educación en la Escuela de Graduados de Educación de Harvard. “Alrededor del 44 % dijo que no les importan a otras personas. Realmente me preocupa”. La falta de propósito y significado estaba altamente correlacionada en los datos tanto con la depresión como con la ansiedad.
Necesitamos comenzar más temprano y ser más intencionales sobre cómo ayudamos a los jóvenes a encontrar y crear significado. La mejor manera de que los niños sientan que importan es hacer cosas que les importen y sentir que las otras personas realmente los necesitan. Esto significa transmitir de todas las formas posibles, mediante acciones y palabras, que los niños son más que su desempeño. Un mensaje clave del libro de Wallace es que, con demasiada frecuencia, no hacemos eso, incluso cuando creemos que sí. El problema no es que los niños no importen a los padres —la mayoría de los padres aman profundamente a sus hijos—, sino que los niños no sienten que ese amor sea incondicional. “Sentía que mi valor estaba ligado a mis calificaciones”, dice un estudiante en el libro.
“Algunos de los niños que conocí que más sufrían escuchaban de sus padres que eran valorados, pero nunca se les pedía que aportaran valor a nadie más que a ellos mismos”, dijo Wallace. “Lo que les faltaba era evidencia social de que importaban. Lo escuchaban en palabras, pero no lo veían en acción”.
Los ingredientes de una vida plena no son complicados: relaciones cercanas con amigos, familia, comunidad y pareja, así como un trabajo significativo. Esto incluye lo que hacemos para ganarnos la vida, así como otras formas en las que reflejamos nuestros valores, como el voluntariado, el apoyo a un miembro de la familia o amigo necesitado y el activismo.
No es nuestra intención centrarnos en el rendimiento, pero lo hacemos de muchas maneras, desde preguntar por una calificación tan pronto entran por la puerta, hasta supervisar su trabajo y fomentar una implacable serie de deportes y actividades extracurriculares para ayudarlos a ingresar a una universidad competitiva. Los niños necesitan un “afecto incondicional”, un amor más allá del rendimiento.
De acuerdo con especialistas y educadores, lo que marca la mayor diferencia es:
1) Enfocarse en las relaciones y no sólo en los resultados académicos, deportivos y extracurriculares.
Una cantidad impresionante de investigaciones demuestra que el mejor predictor de la satisfacción en la vida está relacionado con la calidad de las relaciones que tenemos. Desde el famoso Estudio Grant de Harvard hasta una gran cantidad de investigaciones psicológicas, podemos decir sin reservas que alentar a los adolescentes a construir amistades sólidas y buenas relaciones con maestros, mentores, entrenadores y familiares es tiempo bien invertido.
Reconozca cuando su hijo es un buen amigo, celebre cuando ayuda a los demás, y sea un modelo de la importancia de cuidarse a sí mismo, así como a la familia y la comunidad. Observen juntos cuando las personas son amables y piensen en formas de construir y fortalecer relaciones, desde tarjetas de agradecimiento para maestros que marcan la diferencia en la vida de un estudiante, hasta brownies para los padres que siempre terminan haciendo un turno extra para dejar a los niños en la escuela.
“La relación humana tiene el poder de aliviar el estrés, promover la resiliencia y restaurar el sentido de seguridad de un joven”, dice Pamela Cantor, una psiquiatra infantil y adolescente especializada en trauma. El estrés libera cortisol en el cuerpo y el cerebro, lo que provoca sentimientos de lucha, huida o parálisis; tener a un adulto que te ama incondicionalmente puede amortiguarlo.
2) Poner un freno a las conversaciones interminables sobre las calificaciones.
Si tus hijos se quedaron despiertos hasta tarde estudiando para un examen, parece natural preguntar: “¿Cómo te fue en el examen de matemáticas?”. Pero nuestras interminables preguntas sobre las calificaciones envían una señal de que el rendimiento es lo que más nos importa. Wallace sugiere “comenzar con el almuerzo”, es decir, preguntarle a tu hijo qué comió para el almuerzo antes de preguntarle sobre los aspectos académicos. O, alternativamente, aquí tienes tres preguntas que puedes hacer en lugar de “¿Qué calificación obtuviste en ese examen?”:
3) Fomentar el voluntariado, el servicio y el activismo.
William Damon, autor de The Path of Purpose: How Young People Find Their Calling in Life y director del Centro de Adolescencia de Stanford, define el propósito como “una intención estable y generalizada de lograr algo que al mismo tiempo sea significativo para uno mismo y trascendental para el mundo más allá de uno mismo”.
El voluntariado y el servicio a los demás son un buen ejercicio de altruismo, pero también son beneficiosos para el bienestar de los niños. Una forma en la que los padres pueden cuidar de sus hijos es alentar oportunidades para que vean y satisfagan las necesidades de otros mediante un trabajo voluntario y de servicio auténticos. Como dice Thomas Insel, exdirector del Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos, “en muchos aspectos, ayudar a los demás es más terapéutico que recibir ayuda de los demás”.
“Especialmente a partir de la adolescencia, realmente quieres encontrar tu identidad y saber qué estás haciendo, con qué contribuyes al mundo y a los demás”, dice Cristina Cortez, directora del Colegio Menor Quito, de Nord Anglia. Devolver es una parte fundamental de la experiencia escolar en el Colegio Menor y ella nota el impacto que tiene en los estudiantes. “Cuando dicen ‘recaudamos esta cantidad de dinero’ o ‘estábamos bailando con los abuelos al otro lado de la calle’, piensan ‘wow, hicimos algo’. Puedes ver el verdadero sentido de lo humano”.
4) Enfocarse en intereses, no sólo en el propósito.
El objetivo de la adolescencia no es encontrar una carrera, sino construir una identidad. Esto requiere algo de ensayo, error y experimentación. La investigación de Damon en Stanford arrojó que sólo alrededor de uno de cada cinco jóvenes tiene un propósito profundo y orientador. La mayoría de nosotros no encontramos un objetivo satisfactorio hasta bien entrados en nuestros 20 y 30 años, y muchos no tenemos ese enfoque singular en ningún momento de nuestras vidas. “La expectativa de que debemos tener un propósito único puede acosarnos con ansiedad y dudas sobre nosotros mismos”, escribe Weissbourd, de Harvard.
Anima a los niños a perseguir sus intereses, no “propósitos”, y explícales que éstos no necesariamente implican saber qué quieren hacer cuando sean adultos, sino encontrar formas significativas de dirigir su energía. Asegúrate de que sean sus intereses y no los tuyos.
5) Echa un buen vistazo a tus valores y luego sé explícito respecto a ellos.
¿En qué gastas dinero y tiempo? Ésa es una buena manera de comprender tus valores. Wallace sugiere hacer un “inventario de valores” (aquí tienes un enlace a una encuesta gratuita) y discutirlo con tu familia. Una vez que sepas los valores que deseas abrazar, sé explícito al respecto. “Antes de investigar este libro, tenía la impresión de que el modelado era suficiente, pero no lo es”, dice Wallace. “Necesitamos ser explícitos”. Las redes sociales y la cultura popular enaltecen objetivos materialistas; si los tuyos son diferentes, deja eso claro.
6) Véalos tal como son, no como quisiera que fueran.
El mundo ha cambiado drásticamente desde que los padres eran niños y a veces no escuchamos lo que es importante para nuestros hijos y para quienes quieren ser. Cristina Cortez, del Colegio Menor Quito, nos anima a ser curiosos y abiertos. “Se trata de mirar a tus hijos con los ojos de ‘quiero descubrir tus pasiones y quién eres, sin usar mis propios anteojos ni mis propios deseos, esperanzas y anhelos’”, dice. “Recuerda que son individuos que tienen su propia misión y su propio camino de vida, y debemos descubrirlo juntos y trabajar con ellos”.
Kenny Duncan, de NAIS Hong Kong, está de acuerdo. “La vida para un niño ahora es mucho más compleja que cuando tú y yo estábamos creciendo”, dijo. “Hay muchas más preguntas que pueden hacerse sobre su identidad y su comprensión de sí mismos; cómo importan para sí y cómo podrían importar a los demás. Debemos estar abiertos a esas conversaciones”, dijo. “Creo que los padres pueden ser más abiertos para discutirlo y también apoyar a sus hijos dándoles oportunidades en las que puedan participar en el mundo más amplio y contribuir”.
7) Deja el teléfono a un lado.
“La atención es la forma más rara y pura de generosidad”, escribió la filósofa francesa Simone Weil en 1949, mucho antes de que los sonidos y las notificaciones compitieran por el foco de atención de nuestro cerebro todos los días. Los niños saben cuándo les estamos prestando atención y cuándo no. “Hay tantas cosas que están desviando la atención de los padres de la importante tarea y trabajo de ser padres. Reenfocarse en el niño es muy, muy importante”, dice Kenny Duncan.
Y, si les pedimos que moderen el uso de teléfonos inteligentes, ¿no deberíamos hacer lo mismo?
Lo más importante de todo es que los padres pueden influir en la sensación de importancia.
De mil pequeñas maneras, podemos mostrarles a nuestros hijos cuánto importan, además de su situación escolar, su promedio de calificaciones o la universidad a la que ingresan. Podemos ser su puerto seguro o simplemente otro lugar donde sientan presión; es nuestra elección.
“Creo que importar es hacer un compromiso real de no permitir que ni uno solo de mis estudiantes deje de cumplir sus sueños, porque importan”, dice Cristina Cortez. “Nadie quiere terminar siendo un desastre. Nadie quiere terminar siendo un fracaso. Por eso las escuelas, los adultos y todos necesitan entender que tenemos la misión de hacer que la vida de esos niños vaya por el camino que ellos quieren”.
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