De la resignación a la recuperación: un sencillo plan con cuatro puntos para que los padres apoyen un uso saludable de los smartphones

POR JENNY ANDERSON
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Cuando Vivek Murthy, el equivalente al ministro de Sanidad de Estados Unidos, visita los campus universitarios —cosa que hace a menudo—, habla con los jóvenes sobre la soledad, el uso de la tecnología y sus esperanzas para el futuro.

Y lo que observa y escucha le preocupa.

Los comedores están mucho más silenciosos de lo que solían estar, ya que los chicos pasan el rato mirando sus portátiles o teléfonos y rara vez hablan entre ellos. Los estudiantes le dicen que quieren relacionarse más con otros estudiantes, pero que les parece invasivo: resulta difícil interrumpir a alguien que está viendo un programa en Netflix, trabajando en su portátil o aparentemente absorto en un pódcast o TikTok. Aunque pregunta a todos los jóvenes que conoce si ellos o algún conocido han logrado alcanzar un buen equilibrio entre la vida en línea y la vida real, nadie le ha dicho que sí todavía.

«El problema es que estas plataformas no están diseñadas para ser equilibradas», me comentó Murthy. «Están pensadas para el enganchar al máximo».

La preocupación por la repercusión que tienen las redes sociales en los niños no es algo nuevo, pero sí está aumentando rápidamente.

Esos datos que muestran unos índices alarmantemente altos de ansiedad y depresión entre los jóvenes ya no son algo abstracto y distante, porque todos conocemos a alguien que las sufre, ya sea un familiar o alguien cercano. Un nuevo estudio revela que la COVID no fue la única causa de la pérdida de nivel educativo: a nivel mundial, los niños empezaron a obtener peores resultados en las principales pruebas internacionales (como PISA) a partir de 2012, más o menos cuando la mayoría de los jóvenes se hicieron con un smartphone.

Y gente como Murthy aprovecha su posición para enfrentarse a las grandes tecnológicas. En mayo de 2023, emitió una advertencia de salud pública sobre los menores y su uso de las redes sociales.

«La pregunta más habitual que me hacen los padres es: "¿son seguras las redes sociales para mis hijos?" La respuesta es que no disponemos de pruebas suficientes para afirmar que sean seguras y, de hecho, cada vez hay más indicios de que el uso de las redes sociales se relaciona con daños en la salud mental de los jóvenes», declaró por aquel entonces.

Jacob Rosch, director de Tecnología Educativa del Collège du Léman  de Nord Anglia (Suiza), ha observado en los últimos años un cambio por parte de los padres, que se muestran más cuidadosos con el uso del teléfono.

«Tengo la sensación de que la marea está cambiando», afirmó. «Ya no dejan a sus hijos acceder sin vigilancia a Internet como antes».

 

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¿La generación ansiosa? 

La llamada a la acción más sonada es la de Jonathan Haidt, psicólogo social, profesor de la escuela de negocios de la Universidad de Nueva York y autor del libro La generación ansiosa (Por qué las redes sociales están causando una epidemia de enfermedades mentales entre nuestros jóvenes).

Haidt argumenta de forma convincente que, a partir de 2010 más o menos, la infancia basada en los juegos se sustituyó por una basada en el teléfono, y que el resultado ha sido un aumento espectacular de los problemas de salud mental a nivel mundial y de forma duradera. Esa reprogramación de la infancia se ha conseguido «diseñando una fuente inagotable de contenidos adictivos que entran por los ojos y los oídos de los niños». Como los niños pasan de cinco a nueve horas al día con sus teléfonos, no están haciendo lo que necesitan para crecer y ser ciudadanos sanos y felices.

«La infancia es más solitaria de lo que ha sido nunca en la historia de la humanidad y los resultados no son buenos», dijo a Tristan Harris, cofundador del Center for Humane Technology en una charla en San Francisco en abril. Su mensaje a los padres es que hemos sobreprotegido a nuestros hijos en el mundo real y los hemos infraprotegido en Internet.

Sin embargo, Haidt es sorprendentemente optimista. Cree que estamos llegando a un punto de inflexión, no porque se haya humillado a las grandes tecnológicas, sino porque todo el mundo quiere un cambio. «Casi todos los padres odian lo que está pasando. Todos los profesores, jefes de estudios y directores odian lo que está pasando. ¿Y sabes qué? La generación Z odia lo que está pasando. Lo saben y no lo niegan. Saben que están atrapados», afirmó.

Cuando existe un acuerdo generalizado sobre la necesidad de cambiar las cosas, pese al miedo que pueda conllevar, el cambio puede producirse.

Haidt ofrece un plan de cuatro puntos para cambiar las cosas:

  1. No hay que darles smartphones a los niños hasta el instituto. En su lugar, les podemos dejar teléfonos móviles normales.«Los de la generación del milenio los utilizaban y no pasaba nada», comenta.
  2. No hay que dejar que los niños tengan redes sociales hasta los 16 años. La única razón por la que el requisito de edad para abrirse una nueva cuenta sea de 13 años es porque después de que un congresista (ahora senador) lo fijara a los 16, los grupos de presión consiguieron rebajarlo a 13 años.
  3. Se deben prohibir los teléfonos en las escuelas. «Es lo mejor que se puede hacer por los niños», afirma.
  4. Hay que ayudar a los niños a redescubrir los juegos, por ejemplo, dejándolos jugar al aire libre sin supervisión.

A muchos padres, estas medidas les parecerán extremas: nuestros hijos ya tienen teléfonos, no tenemos energía para iniciar un movimiento a gran escala y, aunque redescubrir el juego suena como algo enriquecedor e inteligente, también parece poco realista.

Rosch está de acuerdo. «Ojalá fuera tan sencillo como prohibir totalmente los teléfonos a partir de cierta edad, pero es algo mucho más complicado que eso». Nadie sabe cómo hacerlo realmente, dijo. Pero todo el mundo está tratando de averiguarlo.

El Collège du Léman encuesta periódicamente a los estudiantes acerca de su uso de la tecnología y Rosch organiza talleres dirigidos por estudiantes. Los alumnos recaban los datos y elaboran diapositivas en las que incluyen sus opiniones y reacciones. «Viven en este mundo, así que los datos no les sorprenden».

 

 

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Un plan de cuatro puntos mejor

Murthy tiene un plan de cuatro puntos más convincente para proteger a los niños de los peores efectos de las redes sociales. Y consiste en proteger las cuatro cosas que más necesitan los niños para desarrollarse bien: sueño, educación, interacción personal y actividad física (si le gustan los acrónimos del inglés, este es «SLIP»).

Dormir: en lugar de prohibir por completo los teléfonos, se podrían prohibir para dormir. Nada de dispositivos pasadas las 9 de la noche, y punto. Un metaanálisis de 20 estudios transversales realizados entre niños de 6 a 19 años reveló una fuerte relación entre el acceso y el uso de dispositivos multimedia a la hora de acostarse y una cantidad y calidad de sueño inadecuadas. Para gozar de una salud óptima, la Academia Estadounidense de Medicina del Sueño recomienda que los niños de 6 a 12 años duerman de 9 a 12 horas por noche y los adolescentes de 13 a 18 años de 8 a 10 horas.

Educación: hay que prohibir los teléfonos en la escuela. Los estudios demuestran que retirar los smartphones puede mejorar los resultados de los alumnos en los exámenes. El gobierno británico aprobó una ley para hacerlo en 2024. Es de esperar que más países sigan su ejemplo (según un informe de la UNESCO sobre los sistemas educativos de unos 200 países, aproximadamente una cuarta parte han promulgado restricciones similares).

Interacción personal: hay que animar a los niños a que pasen tiempo juntos sin dispositivos. Esto es difícil, sobre todo para los adolescentes mayores. Ayuda proponer ideas, como hacer la cena con música de fondo, ver una película sin enviar mensajes de texto, o pasear al perro y dejar los dispositivos en casa. Se pueden preparar cenas y reuniones familiares, religiosas o actos comunitarios «sin móviles» en los participe más gente y se desaconseje activamente el uso del teléfono.

Actividad física: por último, hay que asegurarse de que los niños hagan ejercicio. Pueden montar en bici, jugar al tenis, salir a pasear o a correr, o jugar al fútbol o al baloncesto con amigos. También pueden hacer zumba, bailes populares, hip-hop... lo que haga falta para ponerse en marcha. El ejercicio es una de las formas más eficaces de proteger el cuerpo y la mente.

No obstante, no todos están de acuerdo con los argumentos de Haidt. Candice Odgers, decana asociada de investigación y profesora de ciencias psicológicas e informática en la Universidad de California en Irvine, argumentó en Nature que la premisa fundamental de Haidt de que las tecnologías digitales están reprogramando el cerebro de los niños y provocando una epidemia de enfermedades mentales «no está respaldada por la ciencia».

«Cientos de investigadores, entre los que me incluyo, han buscado pruebas ese tipo de grandes efectos que sugiere Haidt. Y según nuestros trabajos, no guardan relación alguna entre sí, o bien la relación es pequeña o mixta», escribió. Cuando se encuentran relaciones, «estas no sugieren que el uso de las redes sociales prediga o cause depresión, sino que los jóvenes que ya tienen problemas de salud mental utilizan esas plataformas con más frecuencia o de forma diferente a sus compañeros sanos».

Rosch está de acuerdo en que la moderación es el mejor enfoque. «Hablamos de seguir una "dieta" de consumo de medios sana», dijo. «Si nos pasamos todo ese tiempo conectados tenemos que pensar en lo que no estamos haciendo».

«No sería un buen futbolista si jugara al FIFA cinco horas al día», añade. Un mensaje que, según él, suele dejar huella entre los estudiantes aficionados al fútbol.

Dado que este debate no se resolverá en breve (desde luego, no mientras nuestros hijos sean preadolescentes y adolescentes), parece acertado poner en práctica el plan de Murthy lo antes posible. Tanto si los smartphones están destruyendo una generación como si no, deberíamos animar a nuestros hijos a que duerman más, aprendan en escuelas libres de distracciones, inviertan en amistades y relaciones reales, y hagan más ejercicio. Aunque cabe esperar resistencia por su parte, seguro que nos lo agradecerán en el futuro.

 

 

Acerca de Jenny Anderson

Soy una periodista y escritora galardonada con 20 años de experiencia en el New York Times y Quartz, entre otros medios. Actualmente me centro en el aprendizaje: qué necesita saber el ser humano, cómo obtiene la información y cómo está cambiando. He escrito un libro sobre economía conductual y matrimonio (Random House) y estoy escribiendo otro sobre cómo los padres pueden ayudar en el aprendizaje de los adolescentes (Crown, 2025).

 

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