01 October 2024
6 MINS

Qué decir —y no decir— cuando llegan las notas

Jenny Anderson
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Los exámenes finales son una época de mucho esfuerzo para nuestros hijos. Ellos están cansados y estresados, y los padres estamos agotados. Como no podría ser de otra manera, nos preocupa el estrés que pasan y también los resultados, porque el mundo es una competición constante y las notas que saquen son importantes. Queremos que nuestros hijos tengan cuantas más opciones mejor.

Nuestra reacción a las notas es nuestro propio examen como padres. Da igual si estamos felices porque literalmente se han salido con las notas, o desesperanzados porque no han podido dar la talla en los estudios: los exámenes nos permiten demostrar a nuestros hijos que los queremos por quiénes son, no por sus resultados.

Y los padres no siempre aprobamos este examen.

Thomas Curran, profesor adjunto de psicología y ciencias del comportamiento en la Escuela de Economía y Ciencias Políticas de Londres, ha constatado el aumento de la perfección entre los jóvenes. Y es algo alarmante, porque la búsqueda de la perfección se asocia con muchos problemas de salud mental negativos. Cuando analizó las causas de dicho aumento, observó que en gran medida coincidían con el aumento de las expectativas y las críticas de los propios padres —ponían el listón tan alto que los niños no creían poder alcanzarlo.

Pero Curran no culpa a los padres, sino a un sistema muy exigente que requiere demasiado esfuerzo por parte de niños y padres. Además, cuando las expectativas sobrepasan lo que los propios niños creen que pueden conseguir, el estrés de los padres empeora las cosas.

Al final, resulta que los exámenes son el mejor momento para que los padres demostremos que lo importante es el camino, no el resultado final. Tenemos la oportunidad de transmitir tres mensajes: que nuestros hijos son algo más que una simple nota, que las notas miden el rendimiento académico (algo importante, pero no determinante para lo que significa ser un buen ser humano) y que los resultados requieren esfuerzo.

«Los niños no tienen el aguante necesario para soportar este nivel de exigencia, y nuestro trabajo es no añadir más peso al asunto», recuerda Liam Cullinan, director de la Nord Anglia International School de Abu Dhabi.

¿Cómo podemos afrontar las buenas y malas noticias?

 

Los elogios

No solo hay que elogiar a nuestros hijos por sacar dieces, nueves, cincos, cuatros, catorces o treces (las notas más altas en secundaria, bachillerato o la EVAU). También hay que elogiarlos si le han dedicado el tiempo y esfuerzo necesarios para mejorar.

«El esfuerzo requiere coraje», afirma John Miller, director de la Eton School de México. «Se trata de apreciar la vulnerabilidad y el esfuerzo, y no de menospreciar o ignorar el trabajo realizado». Muchos niños ni lo intentan porque es mejor no intentarlo y suspender que intentarlo, suspender y sentirse mal.

 

El objetivo de los exámenes no es solo evaluar los conocimientos, sino también ver el progreso. Hay que celebrar cualquier avance que hagan nuestros hijos.

«Creo que la educación consiste en reducir la brecha que separa el rendimiento actual del futuro potencial», dice Miller.

Elogiemos el progreso, no solo unos resultados excepcionales. Otra forma de centrarse en el esfuerzo más que en los resultados es que nuestros hijos tengan más control sobre los estudios.

Extensos estudios demuestran que los niños que reciben elogios por esforzarse trabajan y perseveran más que los que reciben halagos por ser «listos». Quienes se «esfuerzan» tienen una mentalidad de crecimiento basada en la resiliencia y quieren dominar lo que hacen; los «listos» tienen una mentalidad fija y creen que su inteligencia es innata e inalterable. Estos niños suelen apostar por lo seguro y evitar los posibles fracasos.

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La decepción

Imaginemos que nuestro hijo se ha esforzado mucho pero la nota no ha sido buena. Estará hecho polvo. Nuestro trabajo como padres es estar a su lado y darle todo nuestro cariño, dice Cullinan de la Nord Anglia International School de Abu Dhabi.

Lisa Damour, psicóloga y escritora de éxito, nos cuenta cómo tratar a un niño que recibe malas noticias*. Hay que estar a su lado y mantener la calma. Sugiere decir algo como «bueno, no ha salido como querías, pero como te queremos y queremos lo mejor para ti, también estamos contigo a las duras». Hay que demostrar que estamos igual de decepcionados que ellos.

El objetivo no es solucionar la situación o que se olviden del problema, sino estar con ellos en estos momentos duros y demostrarles que pueden superarlo. Por otro lado, los exámenes no miden parámetro alguno de lo que significa ser un ser humano, simplemente los conocimientos académicos. Algo que es importante, pero no fundamental. Unas notas no van a echar por tierra su futuro. Tal vez lo trunquen de alguna manera, pero así es la vida. Lo fundamental es que cuenten con nuestra ayuda para salir del atolladero.

Cullinan recuerda la historia de un alumno de último curso de primaria que había sacado un 6,4 sobre 10 en un examen. El alumno estaba muy triste y le comentó que tenía que llamar a su madre, que estaría muy decepcionada por la nota. Cullinan le dio la vuelta a la tortilla: se centró en lo que podría mejorar en vez de en el resultado en sí. Le dijo: «Muy bien. Estás solo a un 3,6 de hacerlo perfecto». La elección de las palabras y la forma de decirlo le demostró que no estaba todo perdido: aún podía mejorar. «Es como un ensayo final: siempre puedes mejorar en la actuación», afirma.

Cullinan muestra la mano y expone tres dedos para explicar su razonamiento. «Todos los niños tienen talento, todos los niños tienen capacidades y todos los niños tienen conocimientos. Y todos, en el espacio que hay entre estos dedos, son vulnerables. Nuestro trabajo como padres y educadores es colaborar para alabar los puntos fuertes y determinar dónde se encuentran las vulnerabilidades para ayudar a nuestros niños a crecer». Algunas de ellas serán académicas, pero seguro que tienen otros puntos fuertes que tenemos que descubrir y potenciar.

 

La educación

Vale, su hijo quería estudiar, pero hay demasiadas distracciones divertidas. Videojuegos. Amigos. Deportes. Redes sociales. Saca malas notas y se está mordiendo los labios para no decirle:

  • «Te lo dije»
  • «No me niegues que la culpa no es tuya»
  • «Te castigo»

Ni se le ocurra.

Es más que probable que estén sintiendo el dolor de la decepción. Deje que lo sienta. Simplemente, dele un abrazo para calmarlo. Dígale un «te entiendo». No haga nada más.

El punto educativo no es cuando llegan las malas noticias, es cuando sus emociones (y las suyas como padre o madre) se han calmado, sus defensas están bajas y puede hablar sobre sus hábitos de estudio, su planificación y lo que puede hacer en el futuro.

«Si hay algo en lo que debe mejorar, lo mejor es dejarlo para otro momento», dice Miller de la Eton School de México. «El plan de acción viene más tarde».

Recuerde que son personas que están formándose y cómo reaccionemos configura cómo serán en el futuro. Nuestro trabajo es revelarles su potencial.

 

Esto no te ha salido bien, pero puedes hacerlo mejor la próxima vez.

No le has dedicado suficiente tiempo, pero para la próxima puedes dedicarle más.

Has sobrevalorado lo que sabías. Pero lo que sabes, ya lo sabes; solo tienes que aprender un poco más para la próxima.

 

Según Miller, «los padres no podemos permitir que un examen o una evaluación defina cómo es nuestro hijo».

Sabemos que son mucho más que unas notas y los exámenes finales es el mejor momento para demostrarlo.