El poder de no hacer nada

Autora: Annaliese Griffin
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Era mediados de mediados de julio, mis hijos acababan de volver a casa después de un campamento y una tormenta de verano repentina causó un apagón. Mi hija de 6 años estuvo todo el día aprendiendo a hacer trapecismo en un campus de circo y mi hijo de 9 se había pasado el verano en un campamento de naturaleza, donde aprendió a hacer hogueras, a purificar arcilla y a tallar madera entre rutas de senderismo y ratos para nadar en el río.

Cuando se fueron las luces, les entró el pánico. No porque fuera de noche —aún nos quedaban unas horas de luz—, o porque no se sintieran seguros, sino porque se había caído el wifi, los dispositivos dejaron de funcionar y se aburrían.

Muchas personas vivimos, trabajamos y estamos educadas en una cultura en la que siempre hay que hacer algo, mis hijos incluidos. «Eso afecta bastante a la salud», afirma la Dra. Katie Hurley, psicoterapeuta estadounidense especializada en niños y adolescentes. «Sentimos la obligación de ocupar cualquier tiempo que tengamos libre en hacer algo "productivo". En sí es un precepto peligroso, porque tenemos que darnos cuenta de que leer un libro es algo productivo, que descansar es productivo y que jugar con LEGO uno solo también lo es. Debemos reconocer el valor que tiene cualquier actividad que hagamos en nuestro de tiempo libre y que permita resetearnos». 

Aunque los niños puedan pensar que el tiempo que pasan con sus dispositivos es su tiempo libre, como advierte Indu Madhavi Iragavarapu, responsable de desarrollo profesional y asesora de educación primaria en los centros Nord Anglia Education de la India, no todas las actividades para resetearnos son iguales. Tiene que ver con la dopamina y su liberación, que compara con «un gotero y una inyección».

«La dopamina es el neurotransmisor asociado con las recompensas, la emoción y la felicidad», me explicó por escrito después de haber charlado por videoconferencia sobre el valor del aburrimiento. «Cualquier niño que se deje solo con sus dispositivos sin estimulación constante siente un "goteo" constante de dopamina. Esto le ayuda a tolerar el aburrimiento y le anima a ahondar en su creatividad, imaginación y recursos. En estos casos, los niños acaban leyendo, pintando, imaginándose cosas o creándose sus historias; encuentran satisfacción simplemente por "estar"».

Dice que, «por el contrario, un niño acostumbrado a "inyecciones" constantes de dopamina provocadas por estímulos externos —como los videojuegos, las redes sociales, nuevos juguetes o paseos excitantes— se vuelve reacio al aburrimiento».

Sin embargo, dejar que los niños se aburran es algo que va en contra de lo que creemos que es ser buenos padres.

Como afirma Emily Brown, directora delegada de primeros años y primaria del campus de Kamýk del Colegio Internacional Británico de Praga, «formar un hogar donde se contradiga la cultura de mantenerse ocupado durante el año lectivo o las vacaciones, en el que se pueda no hacer nada, resulta complicado». «La presión que sienten los padres al escuchar cosas como "mi hijo hace esto, mi hija hace lo otro", debe relajarse».

Al contrario de lo que pueda parecer, concatenar una actividad tras otra puede cerrar muchas puertas importantes a las conexiones sociales y la creatividad. «Creo que es necesario aburrirse porque es entonces cuando se desarrolla la capacidad de salir de lo cotidiano y explorar», afirma Brown. «Si no nos aburrimos porque no paran de darnos cosas que hacer, no pensamos en nosotros mismos».

La Dra. Hurley opina que «el aburrimiento abre las puertas a la pasión y eso predispone al cerebro a pensar, a ser curioso y a dedicarte a lo que quieres —porque libera el espacio cognitivo que se requiere para hacerlo».

Sugiere que, cuando un niño se queje de aburrimiento, el adulto puede aprovechar la oportunidad para convertir la frustración en curiosidad. Puede preguntarle qué le gustaría hacer en ese tiempo libre que se ha encontrado, o a qué juego o con qué juguetes quiere jugar. El aburrimiento puede presentarse como una oportunidad positiva.

Valeria Buendía, asesora de educación secundaria del Colegio Menor Samborondón, un centro de Nord Anglia de Ecuador, afirma que los adolescentes, con más trabajo lectivo que los pequeños, con una vida social más intensa y normalmente con teléfono, son quienes más necesitan no hacer nada. A los alumnos más agobiados les recomienda poner el teléfono en modo avión, pasear y observar los detalles del mundo que les rodea sin enviar mensajes, hablar o consultar las redes sociales. Solo tienen que acompasar la mente con su paso y dejarse llevar. Después, les pide que escriban una entrada en el diario sobre qué han observado.

Para quienes quieran adentrarse en el arte de no hacer nada en familia, crear un momento temporal y mental donde relajarse, recargarse y encontrar píldoras de creatividad, la Dra. Hurley recomienda utilizar un calendario familiar en el que todos los miembros hayan anotado algún compromiso. «Cuando llegue el momento, deben mirar el calendario, encontrar algo que tachar y dejar de hacerlo», concluye. Y se repite las veces que sea necesario.

 
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